sábado, 14 de abril de 2007

EL TAMBO-HUACA DEL CERRO MAUCO

Hacia una interpretación de la ocupación inka en Chile central desde la perspectiva de Suelo Americano.

PARTE IV
La Vigencia del Topónimo

“En los primeros momentos de nuestra afortunada ascension, una gruesa neblina empujada por fuerte brisa del norte, comenzó a envolver todos los contrafuertes i laderas de la montaña i no faltó álguien en la comitiva que presajiase mal de la empresa comenzada, atribuyendo aquella importuna camanchaca a los dioses i guerreros peruanos cuyas ruinas íbamos con nuestra curiosidad i trasiego a perturbar. Mas por fortuna el sol primaveral triunfó sin esfuerzo del océano, desgarrando en mil jirones aquella espesa venda, que en el valle llaman tradicionalmente “el gorro del Mauco,” dejándonos espeditos para proseguir nuestra tarea i gozar de ella.”
Benjamín Vicuña Mackenna, 1885. El Morro de Mauco. I su fortaleza incarial, en la estancia de Santa Rosa de Colmo en Al Galope. II, XVI, 74-75.


En el texto Un cruce de horizontes, Elogio del Mitimae, hago referencia a la existencia de un viajero de lo longitudinal del territorio, identificado con el kollahuaya[1], que por un lado entiende el mundo de un modo particular, a partir de lo que su trashumancia le propone, y por otro genera un cruce de caminos al encontrarse con un sistema de viajeros establecidos en el territorio, los que a su vez entienden también de un modo particular su propio mundo. Me aventuro a decir que la cultura Aconcagua ya había generado en este territorio la idea de la Calle Larga como modo de ocupación que simbolizaba y estructuraba una forma de adosar un habitar a la orilla del río, que en Chile siempre corre de huenten a lafquen, y así también capturar y glorificar el curso del sol que marca el tiempo eterno y sobrehumano que permite la vida sobre el Mapu. El bagaje que poseía este sistema de viajeros difiere completamente del que poseía el kollahuaya, pues no se trata de un viaje de migración sino más bien de un movimiento de mar a mar, atravesando la cordillera, lo que permite la existencia del territorio a partir de que genera un suelo cultural. Estos viajeros entonces son viajeros de lo permanente, de ida y vuelta, se mueven por una sola latitud, tienen siempre el mismo cielo y poseen un conocimiento profundo de lo que significa habitar en determinado territorio en relación con otras entidades culturales y con las entidades sobrenaturales.

El kollahuaya en cambio, junto con todo el movimiento migratorio que lo secunda hasta la instalación del sistema burocrático-administrativo del imperio Inka, lo que hacen es constituir el suelo cultural del camino y su lógica de habitar en altura, de construir posadas, de recorrer de chincha a colla[2] y de exponerse a que el dios al que veneran cambie su forma de ser a medida que el cambio de latitud se hace más drástico. Estos viajeros son viajeros de lo mutable, cambian permanentemente de latitud cambiando por ende constantemente de cielo y son empujados cada vez a reinventarse su relación con los dioses, pues los dioses que traen a cuestas adoptan unas especificidades particulares para cada lugar[3].

Distinguía en el citado texto dos elementos que este hacedor de caminos pudo tener en la comprensión del territorio:

1. La ya mencionada noción de lo longitudinal, que surge a partir de recorrer la cordillera, de armarse un camino de cumbres, de mediafaldas, de un cambio de latitudes (con todo lo que ello implica), de una provocación que esa inmensa presencia telúrica instala en el viajero, que significa querer asomarse a ver hasta dónde se acaba el mundo si es que acaba, pues para la escala humana la cordillera es una desmedida longitudinal que no termina nunca.

2. La relación con la altura como forma de habitar y como sentido de pertenencia. Aparece una necesidad de estar cerca del sol, de sentirse descendiente del achachila[4] del cerro y así, relacionándose desde la altura con el territorio, arquitecturizar la pendiente construyéndole, artificialmente, una cota cero, un zócalo o terraza a partir de la cual se habita o cultiva. Se carga así con una memoria cultural que hace las veces de filtro por donde pasa la interpretación del mundo.

A éstos elementos habría que agregarle ahora

3. La constitución del camino como forma de ocupar, el que en su concatenación de medidas humanas, de tambo a tambo, constituidas a partir de la contraposición de otras magnitudes (los caminos transversales), conforma un suelo cultural que trasciende a la mera comunicación vial. Así comienza a entenderse el territorio a partir del camino y del viaje migratorio, que generan nuevas situaciones al cruzarse con las situaciones locales.[5]

Si aceptamos la hipótesis de la importancia de la observación de fenómenos celestes para la constitución de las actividades que sustentan una cultura (agricultura, ganadería, crianza de los hijos, ritualidad, etc.) y la hipótesis propuesta en el texto Un cruce de horizontes que dice que es en el cruce de caminos, previo a la expansión incaica, en donde germina la existencia del mitimae, podemos inferir la lógica con que los recién llegados empiezan a considerar la importancia del cerro Mauco para el sistema del Bajo Aconcagua y los objetivos y funciones que la instalación de su cumbre cumplía para el mitimae de Quillota.

Creo que es en El Pensamiento Salvaje en donde Leví Strauss aclara que el problema de la comprensión de la explicación de un fenómeno no está en su posibilidad física “real”, sino en la posibilidad que las cosas se miren de tal manera que sean capaces de explicar un orden del mundo, el que sería uno entre tantos otros propuestos. Así, para el caso del cerro Mauco y su “fortaleza incarial”, creo que una buena puerta de entrada a la comprensión de su existencia y significado está en el topónimo “Mauco” y en los significados que se le atribuyen desde el punto de vista de la cultura que lo nombra.

Recordemos en principio que “mauco”, del mapudungún, deriva de “maung”, que apela al estar suspendido algo o alguien, y “co” que quiere decir “agua”. Mauco entonces significaría “agua suspendida”, en alusión a la nube característica que cubre de tanto en tanto al cerro.[6] Podemos ver en Vicuña Mackenna que esta característica del cerro es reconocida en el XIX y constatamos que en la actualidad aún lo es. Pero esta característica es además una cualidad del cerro, y de ese modo es también un valor que entra a interactuar con el habitar de los pueblos del valle. Para los agricultores de la época preincaica poseedores de una economía de subsistencia, la señal que era capaz de dar el Mauco era un elemento fundamental para marcar unos momentos y unos tiempos en el desarrollo de las faenas del oficio, especialmente en las zonas regadas exclusivamente por aguas lluvia.

El valle de Quillota no posee unas condiciones de suelo excepcionalmente fértiles, pero se ha establecido que la feracidad que posee se debe principalmente a las óptimas condiciones de temperatura y humedad que es capaz de mantener durante gran parte del año. Sin ser un experto climatólogo uno podría lícitamente pensar que el cordón de cerros que constituyen un muro noroccidental y que tienen al Mauco como remate sur, adquieren una importancia fundamental en esto al modular la relación del valle con la humedad del mar. El Mauco se erigiría como cima destacada y de alguna manera como la entidad responsable de que el sistema climatológico del bajo Aconcagua opere como lo hace. Así el topónimo es, más allá de una constatación, la descripción de una estructura de relaciones en el territorio, un atributo simbólico y concreto invariante a través del tiempo.

Lo anterior es una lectura del topónimo en relación con el valle, pero ¿qué sucede con la ocupación misma del cerro? Creo que los picunche que habitaban el valle no sólo nombraron al Mauco de una manera objetual, sino que también al nombrarlo lo estaban indicando como lugar, como espacio concreto cualificado susceptible de ser habitado. Se me ocurre que la fundación del Mauco se efectuó en el único lugar en donde es posible tener la experiencia de esa “agua suspendida”, que es en el portezuelo anterior a su cima. En ese lugar es posible aún hoy, mojarse con la humedad que como una ola de nubes se abalanza desde el lafquen hacia el valle, diferenciando fuertemente tres lugares:

1. Las alturas del contrafuerte sur del cerro que con su fiereza de tebales y espinos se convierten en los guardianes que protegen el lugar. Este preámbulo a la ascensión podría entenderse como un espacio de purificación o de preparación y es tan distinto a lo que ocurre al traspasarlo que podría pensarse que posiblemente antaño eran nombrados con un nombre específico.

2. El portezuelo que marca una dirección puel-lafquen y que trae al mar y su humedad a través de su abertura, generando una kancha en donde se construye otro suelo (de nubes).

3. La altura del Mauco que se erige desde su abismo, y que establece una relación con las otras cimas que tutelan el valle y que se separa del suelo de los mortales acercándose al lugar natural del sol, en el techo del mundo.

Con esto en mente podemos volver a pensar en los kollahuaya que, debido a su cambio de latitud, necesitan reconstruir la trama de relaciones que tienen con su dios principal a partir de las especificidades del lugar. Entonces estos migrantes se construyen un zócalo allí donde los naturales ya tienen definido un lugar principal y tal vez entienden al Mauco como el achachila que dio origen a los pueblos del lugar, constituyéndose así en una huaca o lugar sagrado. No obstante esto, le introducen a su lectura del espacio unos elementos culturales propios que dicen relación con el habitar la altura y la pendiente y con constituir un camino.

Así podemos llegar a inferir que el Mauco, como lo conocemos hoy, se origina en el cruce de caminos, en la intersección de dos suelos culturales que se están convidando, en lo simbólico, unos modos de entender el territorio. Pero esta reflexión así no más es aún incapaz de darnos noticia acerca de la función de la instalación de la cumbre del Mauco.
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NOTAS


1 Etnia altiplánica que, bajo el influjo del imperio Inka, participó de los mitimaes hacia el Collasuyu.

2 O sea de norte a sur.

3 La importancia del cambio de latitud para la relación con los dioses, está considerada desde el punto de vista que estando íntimamente ligadas religión y astronomía, el que un fenómeno celeste como el paso del sol por el cenit se dé o no incide en la consideración del tiempo marcado por el dios en cuestión.

4 Achachilas, elemento de la mitología andina que aún subsiste en algunos lugares de considerar a las montañas, cerros, cuevas, ríos, y efigies como antepasados que originaron la vida de cada pueblo. Enrique Brovo Mamani, Devoción, Superstición y Expresión Andina.

5 El camino del inka no es sólo la concreción de una obra de infraestructura, sino también el reflejo del pensamiento simbólico del pueblo que lo construyó. Así, existen dos caminos que responden a la naturaleza dual del mundo inka, uno del plano y otro de altura, diferenciados en su simbolismo y función (Stehberg, 1995).

6 Mauco también ha sido interpretado como “agua de lluvia” (Grau, Juan. 1998. Voces indígenas de uso común en Chile), lo que no dista mucho del significado propuesto aquí, pero hemos elegido el de "agua suspendida" por parecernos más rico conceptualmente.

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I. INTRODUCCION
II. LOS ACERCAMIENTOS
III. EL ASCENSO
IV. LA VIGENCIA DEL TOPONIMO
V. ¿UNA "FORTALEZA" INCARIAL?
VI. QUÉ HACER CON LA RUINA

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