jueves, 3 de mayo de 2007

EL TAMBO-HUACA DEL MAUCO

Hacia una interpretación de la ocupación inka en Chile central desde la perspectiva de Suelo Americano.
PARTE V
¿Una “Fortaleza” Incarial?

Siguiendo la huella que asciende rodeando la ladera que lleva desde el portezuelo de nuestro campamento hasta la cima, uno desarrolla un camino que otorga una magnífica vista de este suelo de nubes que separa el mundo de los mortales del mundo de los dioses. Se va entendiendo cómo es que la prominencia sobre el territorio está dada por esta característica tan particular que hace vigente el topónimo del cerro. De esta manera se traspone la cresta del contrafuerte occidental y por primera vez vemos el lucero del alba que antecede por un par de horas al sol. Hemos ascendido siguiendo la huella de piedras blanquecinas iluminadas por la luna que ya tiene pasados dos días de su cuarto menguante. Vamos huyendo del manto de nubes marinas que borra el campamento y nos retrotrae a un pasado del suelo antes del suelo, en el que el mar llegaba hasta La Calera y éstas elevaciones de tierra eran islas. Hacia el norte se divisan las nubes cubriendo completamente el Domuño y Quintero, y hasta donde la vista alcanza las alturas del cordón de cerros de Chilecauquén son lo único que sobresale al manto de agua suspendida. Aparece el monte Aconcagua a contraluz, poco antes de la salida del sol y, oh maravilla, ostenta un “gorro” de nubes muy similar al que se le ve al Mauco desde el valle. Aparece con él también el ancho del territorio que es Chile.

Siguiendo nuestro ascenso el camino enfila hacia el oriente para ingresar a la zona que contiene rastros claros de construcción. El estado de éstas es lamentable. La mayoría de los muros no sobrepasa los ochenta centímetros de altura, lo que hace casi imposible distinguir estructuras de alguna complejidad. Algunas piedras han sido reubicadas y otras pintadas. Tal vez en la misma proporción que relata Vicuña Mackenna, el interior de la instalación está lleno de agujeros excavados por huaqueros[1], algunos de ellos muy profundos. Lo que aún es posible distinguir con toda claridad es el muro perimetral que describe Toribio Medina, claro que mucho más derruido de lo que él lo viera.

Existe al menos un recinto, extramuros, aislado y muy poco claro, en el extremo poniente notándose sólo su relación con el sendero de acceso, aproximadamente en la cota 680 msnm.. La cumbre misma se encuentra más o menos claramente rodeada por un muro perimetral construido de ladrillos de piedra unidos sin argamasa, que delimita un gran espacio que contiene otros recintos interiores de alguna complejidad, los que lamentablemente no fue posible evaluar por el estado de deterioro en que se encuentran. Sin embargo en líneas generales pueden distinguirse pasillos interiores entre recintos y una clara diferenciación entre un conjunto oriente y otro poniente separados por un espacio sin rastros de construcción, que podría corresponder al ushnu o a la plaza del lugar. Los dos conjuntos mencionados corresponden a las dos prominencias que tiene la cumbre, de las cuales la que se encuentra hacia el poniente es la más alta.

Por causa del deterioro, se realizó un levantamiento tentativo de la estructura más clara que corresponde al muro perimetral, la cual difiere del plano presentado por Vicuña Mackenna en su crónica de viaje de 1885, lo que hace pensar ó en una simplificación de las estructuras por parte de aquella expedición ó en sucesivas intervenciones por parte de los visitantes a la cumbre del Mauco, aunque la descripción hecha por Toribio Medina, miembro de la expedición citada, podría ajustarse a lo visto en terreno. No obstante esto, fue posible distinguir algunas estructuras que dan pie para arrojar hipótesis sobre las características y funciones de esta construcción.

La descripción que se presenta a continuación describe someramente las formas generales de la instalación que se pudieron distinguir, poniendo énfasis en el sector sur, en donde se encuentra la mayor diversidad de formas.

En el extremo poniente de la construcción, existe un recinto adosado al muro de forma poligonal irregular con una abertura hacia el norte; siguiendo el muro por el borde sur la pendiente hace que el muro suba su altura y es tal vez la zona en donde se ha conservado en mejor estado. El muro en general consiste en un volumen de piedras de distintos tamaños apiladas en dos hileras. Las piedras en cuestión son del mismo material que tiene el cerro, y se puede encontrar desde la misma falda hacia arriba. Las que constituyen el muro tienen diversos tamaños, pero ninguna sobrepasa el peso que pueda cargar un solo hombre con ambas manos (aproximadamente cinco kilos), a excepción de las piedras que constituyen la base del muro, las que en su mayoría son bastante grandes. Las proporciones de las piedras se aproximan bastante a la mitad de un cubo, lo que tal vez pueda responder a las propiedades físico-mecánicas de las piedras. Muchas de las piedras parecen haber sido trabajadas para convertirlas en ladrillos más o menos regulares, algunas de ellas tienen caras muy lisas y perfiles bastante rectos, aunque no sabemos si las propiedades físico-mecánicas de la roca de la que se extrajeron hace que ésta tienda a fracturarse de esa manera.

Siguiendo el muro sur hacia el oriente aparecen unas aberturas y unos pequeños recintos circulares o semicirculares adosados, hasta llegar al extremo oriente en donde existe una abertura seguida de un recinto circular. Dicha abertura da a un sendero de unos dos metros de ancho delimitado por una hilera de piedras a ambos lados, que serpentea y se orienta hacia el contrafuerte oriental del cerro en donde se encontraría según Vicuña Mackenna el “camino de los gentiles”[2] por donde habría llegado la expedición de 1883.

Descendiendo la ladera sur se encuentran dos conjuntos de aterrazamientos en distintos niveles. Éstos están distribuidos a derecha e izquierda de un elemento adosado al muro sur aproximadamente en el punto medio, cuya forma puede observarse en la planta. Algunas de las terrazas se encuentran conectadas entre sí por medio de peldaños. Los muros de estas terrazas están constituidos por ladrillos de piedra pequeños y medianos distribuidos en una sola hilera. Los aterrazamientos del lado oriente llegan hasta muy abajo, hasta donde la pendiente comienza a ser más fuerte. Dadas las características de los muros de las terrazas, se puede inferir que su altura, si la tuvieron, no pudo ser mucha, ya que el ancho del emplantillado de una sola hilera de piedras no es suficiente para soportar un peso considerable. En lugar de ser, como afirma Toribio Medina, muros defensivos, parecieran ser terrazas de cultivo, pues se encuentran justamente en la zona menos afectada por el sol y por ende más húmeda, aunque la situación del riego de las terrazas se ve muy complejo.

En el lado norte, el muro presenta dos grandes aterrazamientos ubicados sobre una pendiente muy abrupta. Éstas presentan muros constituidos por una doble hilera de ladrillos de piedra, con estructuras que asemejan escaleras, que las conectan entre sí y conducen además al exterior. Hacia el oriente siguiendo por este mismo lado, en la esquina nororiente, existe un recinto compuesto por dos niveles, que se proyecta hacia el lugar donde supuestamente está el camino del inka y en la dirección en donde se ve, a lo lejos, el monte Aconcagua.

Se pudieron identificar dos accesos relativamente definidos, marcados A y B en el plano. Uno al surponiente que se dirige hacia el poniente por medio de un sendero que tuerce hacia el norte y empalma con el sendero de acceso a la cumbre, y otro ya mencionado al oriente que se dirige hacia el contrafuerte oriental por medio de un sendero delimitado. Cada uno de estos accesos se encuentra asociado a un recinto cuasi circular de unos tres a cinco metros de diámetro, que podrían corresponder a torres de control.

Esto fue lo que pudimos constatar en el terreno durante el corto tiempo que estuvimos. Creemos que se hace imprescindible una investigación acuciosa del sitio, incorporando todos los elementos que puedan concurrir a develar la lógica de ocupación de los inkas sobre el Mauco, lo que indudablemente nos hablará más claramente de su paso por el Collasuyu y, para nuestro caso particular, cuánto del pensamiento originado durante ese período es vigente hoy en el modo de entender y habitar el territorio. Aventurándonos a hacernos nuevas preguntas hemos arrojado algunas hipótesis en torno a cuál sería la función del complejo arquitectónico del Mauco dentro del sistema del Bajo Aconcagua.

Ya existían dudas en nuestro equipo de trabajo acerca de la condición de “fortaleza” que se le había impuesto a la instalación desde los tiempos de Vicuña Mackenna en adelante. Toribio Medina da por sentado que dicha instalación se trataría de un recinto defensivo, identificando las estructuras vistas con torres o parapetos desde donde resistir un ataque. Sin más estudios que éste (si bien admirable muy poco vigente en relación con la cantidad de conocimiento producido en más de un siglo), la casi inexistente literatura que se refiere a la instalación de cumbre del cerro Mauco, sólo se limita a repetir la convención de que se trataría de un pukara. Por otra parte existe en la arqueología chilena una tendencia a interpretar toda instalación incaica que cuente con amurallamiento desde una perspectiva bélica[3].

Por nuestra parte creemos que la expansión del imperio Inka tiene unas complejidades en términos de las relaciones que establecen con los pueblos en los que influyen o dominan, que es pocas veces considerada. Esto sumado a que la noción de lo “funcional” que manejaban los pueblos prehispánicos es muy distinta a la que maneja la sociedad contemporánea, ya que éstos incorporaban, en la valoración de los espacios por ejemplo, unas vertientes vinculadas a la religión y al pensamiento mágico inexistentes hoy.

En el ánimo de acotar el escenario posible en donde se inscriben estas ruinas, concurren a nuestro análisis dos consideraciones fundamentales. Una de ellas surge a partir de lo estudiado con anterioridad en torno a la estructura y características del sistema del Bajo Aconcagua[4], que comprende ocupaciones territoriales de origen preincaico que han mantenido a través del tiempo un sustrato invariante en ciertas relaciones establecidas con el entorno a pesar de haber cambiado más de una vez de horizonte cultural. La otra surge a partir de la comparación de este sitio con otras instalaciones inkas en Chile central, fundamentalmente con las que han sido identificadas como pukaras o fortalezas.

Respecto a la primera de estas consideraciones cabe recordar que el sitio del mitimae se encontraba en Quillota, estando su administración asentada en Boco[5], por lo que, como ya se ha anotado, la defensa del mitimae desde la cumbre del Mauco resultaría poco práctica, ya que se encuentran a una distancia estimada entre sí de unas cuatro horas como mínimo a paso rápido. Si la instalación de la cumbre tuviera como objetivo vigilar el tránsito del portezuelo en sentido oriente poniente, no resulta muy claro si este portezuelo sea significativo en términos de acortar o facilitar el acceso entre la costa y el valle. Por otra parte la recurrencia del fenómeno de nubosidad cubriendo la cota 500 msnm. haría fácilmente vulnerable ese puesto de vigilancia. Esto último se aplica también a la idea de una vigilancia a larga distancia que comunicaría vía señales de fuego o humo algún tipo de emergencia.

Respecto a la segunda consideración, si se compara la instalación de la cumbre del Mauco con dos construcciones que no han dejado duda de su función defensiva, como son la fortaleza del Cerro Grande de la Compañía en el valle del Cahapoal (Stehberg, 1995) y el Pukara el Tártaro del cerro El Castillo en el curso medio del río Putaendo (Troncoso, A.; Pavlovic, D.; Sánchez, R., 2000), se puede observar que la situación estratégica y la altura con relación a controlar desplazamientos y tener un radio de acción adecuado son elementos fundamentales. Por otra parte la fortaleza de La Compañía, e incluso el impugnado Pukara del Chena (ver nota 10), cuentan con más de un muro defensivo perimetral, elemento inexistente en la arquitectura del Mauco. La existencia en esta última de aterrazamientos que hacen pensar en un trabajo agrícola de pequeña escala, lo saca de una lógica de ocupación militar y lo instala en otro tipo de función más habitacional. Por último el complejo arquitectónico del cerro Mercachas en Los Andes, ha sido reinterpretado en un reciente estudio (Troncoso, A.; Pavlovic, D.; Sánchez, R., 2000) justamente por su ubicación a gran altura lo que vuelve inoperable el sitio como fortaleza. Los autores agregan en cambio que, por los restos materiales y petroglifos encontrados, sumado al hecho de la existencia en las proximidades de dos cementerios de túmulos incaicos, el sitio se trataría de una instalación con fines rituales.

Desde este punto de vista y salvando el hecho de no contar con restos materiales que avalen nuestras especulaciones, podemos efectivamente hipotetizar sobre la base de ciertos elementos observados en el sistema del Bajo Aconcagua, la mayoría de ellos ya descritos en el presente trabajo y otros aún no mencionados, como la noticia de la existencia de un cementerio de túmulos en el cercano pueblo de Manzanares. Sin embargo prefiero referirme a la impresión que tuvimos cuando finalmente el camino nos puso sobre la cumbre.

Después de sentir la emoción de ingresar a tan ansiado lugar dándole la espalda al mar que estaba hecho de nubes, caminando religiosamente en fila india, comenzamos a sentir la desazón del maltrato sufrido por el lugar. Tal vez eso más que el estado de deterioro nos persuadió de centrarnos en las estructuras interiores. Llegado el grupo a lo que he denominado como plaza o ushnu, nos repartimos en todas direcciones a disfrutar del espectáculo. Cada rincón era una maravilla, e indudablemente que el muro perimetral era lo más interesante en tanto era el límite de lo construido y la piel por la cual el sitio dialogaba con el entorno. Especialmente fascinante era la idea que este muro rodeara toda la cumbre adoptando diversas formas y planteando unas funciones particulares para cada rincón o curva o saliente. Al momento de salir el sol procedimos a juntarnos en la zona oriental del recinto y a realizar un rito de saludo al Inti, que nos dé su luz por siempre, y pensé en el intihuatana, en la piedra que amarraba al sol en Macchu Picchu cada Intiraymi o solsticio de invierno, para que éste pudiera volver a brillar cada año. Junto con esto comenzó a hacerse patente nuestra situación espacial sobre el sistema. Teníamos la sensación de que nada era más importante que esta altura que se elevaba sobre las nubes, pues nada veíamos de lo que acontecía bajo nuestros pies, a no ser el abismo de nubes que se precipitaba en algunos rincones cerca de alguna quebrada invisible. Probablemente éramos los únicos seres en el valle del Aconcagua que estábamos disfrutando del sol. La placidez era máxima, la felicidad también. Me di el lujo de acomodarme con una piedra de respaldo y dormí sobre el Mauco, abrigado por el calor del sol por unos quince minutos.

Entonces apareció la idea que esta altura no está hecha para dialogar con lo humano al nivel de lo humano. El viaje hasta acá requería sacrificio y entender unas medidas. Como saber que habíamos sido medidos por el agua de la quebrada y aún dependeríamos de ella, pero fundamentalmente porque el agua separada del Mauco por un abismo inmenso estaba unida a la cumbre por una tensión poderosa, y eso nos despegaba de una relación entre humanos y nos empujaba a relacionarnos con esa otra entidad superior. Y veíamos además cómo era posible que se constituyera un ayllu de cerros así como había ayllus de familias humanas[6], pues veíamos más que ninguna otra cosa las cumbres del Morro del Diablo, La Campanita, La Campana, El Roble, El Aconcagua, El Malacara expresando toda su magnificencia sobre el abismo de nubes. ¿Cómo podía ser un lugar así un simple recinto militar?

Pensamos entonces que si era militar lo que se defendía allí no era el territorio como nosotros lo entendemos, sino un territorio de una significación mucho más profunda, el que contemplaba entre otras cosas el dominio de un espíritu que era el que originaba esta suspensión de aguas, pues a partir de este conocimiento podía entenderse el Bajo Aconcagua.

Si lo pensamos desde esa perspectiva el complejo arquitectónico del Mauco se nos aleja cada vez más de la idea de pukara. La existencia del camino que lo cruza, nos hace pensar en la inscripción de este complejo en un sistema mucho mayor, que tal vez llega al cerro Mercachas y cruza la cordillera, haciéndose así también medida del magno territorio. Entonces el Mauco mide también el camino porque es punto de un trayecto que no acaba aquí sino que continúa su curso (¿hacia Colmo?).

Al regreso levantamos rápidamente el campamento y nos dirigimos hacia la quebrada en donde nos habíamos abastecido de agua, fundándola además como El Agua de la Lagartija, a causa de lo que quisimos entender era un petroglifo sobre una piedra bajo un árbol. Desde ese lugar, verificamos la existencia de una ruta trazada por la quebrada, que era la que nos quería señalar el hombre con el que conversamos antes partiendo de Colmo. En cierto tramo de esta ruta, del Agua de la Lagartija hacia abajo, hay piedras en los bordes del sendero y algunos peldaños rudimentarios, lo que nos hace pensar en que es prolongación del camino del inca, ya que además llega a una meseta que tiene el aspecto de haber tenido ruinas de construcciones de piedra. Es posible trazar una prolongación de este camino que llegaría casi en línea recta a la calle de Colmo lo que hace pensar en la preexistencia de este trazo. Por otra parte la expedición de enero verifico la conexión de Malacara y sus pretéritas faenas mineras con el camino que pasa por las cumbres de los cerros del cordón.
Así el Mauco se nos comienza a aparecer como un complejo puesto en un punto del camino que podría tal vez conducir, chimpeando el Aconcagua, hacia las faenas mineras de Marga Marga. Es un tambo localizado al medio del camino y utilizado tal vez para estudiar e iniciar la instalación del mitimae de Quillota. También se puede especular sobre otra función del tambo, que consistiría en recibir a altos dignatarios del inka que no residirían con la gente común sino que alojarían en el techo del mundo. Finalmente como ha acotado Gustavo Boldrini, también pudo haber sido una instalación relacionada con las faenas mineras de Malacara, como depósito o centro administrativo. Cualquiera de estas funciones que haya tenido el tambo es posible, pero creo que se hace necesario calificarlo en virtud de la complejidad descrita en términos simbólicos para cerro Mauco. Se desprende del análisis que el Mauco, su cumbre, su portezuelo y su preámbulo constituyen un lugar sagrado pudiendo denominarse desde este punto de vista y como lo haría un inka, en huaca, lo que no describe una función particular sino que señala justamente la cualidad simbólica del lugar.
Proponemos entonces al complejo arquitectónico descrito, como el Tambo-Huaca de Mauco o la Posada en donde habita el Espíritu Sagrado del Agua Suspendida.
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NOTAS
1 Se les llama “huaqueros” (ladrones de huacas) a los saqueadores de tesoros arqueológicos. Su nombre deriva del vocablo quechua waca, que quiere decir “tesoro”.

2 Respecto a este camino, Toribio Medina lo menciona como una senda también de origen “primitivo” por medio de la cual los habitantes de esta “fortaleza” se abastecerían de agua. Vicuña Mackenna en una nota a pie de página tiende a identificar esta senda con el camino del inca. Por otra parte Keller (1960) y Stehberg (1995) hacen referencia al ramal trasandino del camino que pasaría por el “pucara” del Mauco.
3 Hay antecedentes de un debate desarrollado entre Patricio Bustamante, arqueoastrónomo autodidacta que estudió el sitio de Cuz Cuz entre otros, ex miembro del desaparecido Grupo Intijalsu, y Rubén Stehberg, arqueólogo de la Universidad de Chile, autoridad en la materia de la ocupación inka en el Collasuyu, en torno al simbolismo y función del Pukara del cerro Chena. Patricio Bustamante (Bustamante, 1997) defendía la tesis de que la instalación del Chena sería una Huaca y no Pukara, dadas las características de los restos arqueológicos encontrados y las correspondencias astronómicas que tenía el recinto en cuestión. Stehberg, quien es el primero en estudiar sistemáticamente las instalaciones del Chena, era de la opinión que los restos correspondían a una fortaleza defensiva relacionada con la expansión militar del imperio. El debate se resolvió cuando Rubén Stehberg reconoció la posibilidad de una interpretación desde la arqueastronomía (Stehberg, 2001), al mismo tiempo que abría la puerta a hacer confluir otras variables al estudio de la arqueología en Chile.
4 Estudio del sistema Tabolango-Manzanares y su relación con el sistema mayor del Bajo Aconcagua, realizado en conjunto por el autor y por Marianela Campos, durante el segundo semestre de 2002.
5 Keller, 1974.
6 Baudin, (1945-1972)

2 comentarios:

Blogger Guillermo ha dicho...

Por las vueltas de la vida he llegado hasta esta pagina, ojala pueda ver www.puchuncavi.blogspot.com, de todsas manera , felicitaciones por su trabajo, espro podamos establecer algun nexo y quizas alguna vez viajar juntos al cerro el mauko

21 de abril de 2008, 6:48  
Blogger LAUTARO CONDELL ha dicho...

Desde esta otra punta del valle del Aconcagua, les invito a dar una vuelta por bailechinoaconcagua.blogspot.com, tenemos un baile chino Adoratorio Cerro Mercacha, cumbre sana emparentada con el Mauco. Queremos subir el Mauco para saludar con nuestra danza.

6 de diciembre de 2012, 15:48  

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