lunes, 9 de abril de 2007

EL TAMBO-HUACA DEL CERRO MAUCO

Hacia una interpretación de la ocupación inka en Chile central desde la perspectiva de Suelo Americano

Parte II
Los acercamientos al Cerro Mauco

La primera impresión del Cerro Mauco surgió en la primavera de 2002, cuando ascendíamos el cerro de la Campanita en Quillota. En aquella oportunidad, poco después de la puesta de sol una nube blanca fue a posarse sobre la cumbre del cerro que a contraluz dominaba la desembocadura del Aconcagua que se había convertido en una serpiente de plata que adentraba luces al valle. No era visible ni Tabolango, ni Manzanares, ni Colmo, pero la sola presencia del Cerro Mauco era suficiente para saber de la existencia de estos pueblos, como si la tutela de su presencia generara unas tensiones que amarraran el territorio: desde donde nos encontrábamos hasta el Morro del Diablo, a San Pedro oculto, a Tabolango invisible, a la cumbre del Mauco y su Pukara tapados ahora por agua suspendida. Esa fue la primera vez que para mí comenzó a hacer sentido el topónimo que hablaba de “maung-co”, cuya traducción literal sería “agua suspendida”. Entonces, al oírla, se me hizo resonante la alocución de los habitantes del valle de que el sombrero del Mauco es una señal anunciadora de cambios de tiempo. Supimos empíricamente más tarde que su presencia era capaz de ir más lejos y efectivamente sentimos en la piel el cambio de tiempo, anunciado aquella tarde casi como una anécdota. Alrededor de las seis de la mañana del día siguiente la lluvia se había desatado sobre nuestro campamento en La Campanita, obligándonos a bajar apresuradamente.

Cerca de un mes más tarde una segunda aproximación la efectuamos desde el cementerio de Manzanares un 1º de noviembre. Allí comenzó a tomar cuerpo la necesidad de ascender al Mauco y evaluamos una posible ruta. Ésta consistía en seguir hacia el noroeste desde el cementerio para torcer levemente hacia el norte pasado un portezuelo, hasta alcanzar la línea de las cumbres y llegar cresteando a la cima, intentando encontrar el referido camino del inka que llegaba hasta el pukara. Desde ese punto de observación el Mauco se presentaba como un cerro grande pero amable, empezaban a surgir sin embargo unas interrogantes que lo sacaban violentamente del contexto de ser justamente una fortaleza pues esa función se hacía difícil de imaginar dada la ubicación geográfica respecto del sistema del Bajo Aconcagua. Pensábamos tal vez en un chasqui que avanzaba veloz por el camino, que supuestamente y según las referencias bibliográficas 1, corría por las crestas de los cerros de Chilecauquén hasta llegar a Boco, en donde estaría el centro administrativo del mitimae de Quillota, para avisar de guerreros por el norte o por el sur que venían a atacar. Sin embargo en términos de la velocidad de reacción ésta habría sido una tarea del todo poco práctica, pues un grupo de picunches habría podido tomarse tres veces Quillota antes de que una hueste incaica alcanzara a llegar a hacer cualquier cosa desde la cima.

Ese mismo día, en el camino desde Manzanares hacia Colmo el Cerro se hacía esquivo al ojo y confundía a los viajeros con otras cumbres que no eran su cima y eran incomparablemente más pequeñas, pero más cercanas. Ya desde Con Con, en la mera desembocadura del Aconcagua, el Mauco se nos presentaba completamente distinto. Esta vista de su ladera poniente lo hacía verse mucho menos abordable e imponente, entre otras cosas porque nos enseñaba todos sus 728 metros de altura, cosa que no percibíamos desde Manzanares. Nos sorprendió además su cualidad de mutabilidad según las horas del día. En cosa de pocas horas había cambiado de un color gris blanquecino, a un amarillo anaranjado y más tarde un rojo cercano al violeta. Muy probablemente la gama de colores era mucho más extensa en el transcurso del año a medida que el sol golpeaba con distintos ángulos sus laderas. Entonces se nos apareció su condición de faro a la que se refería Vicuña Mackenna 2, de la que hablaban los marinos del XVI en adelante. Pero ocurre que no sólo se constituía en faro de alta mar, sino también en un faro de interior, porque era capaz de señalar unas situaciones a unas distancias gigantescas para un pie humano.

Luego vino una noticia inquietante. En un extra noticioso de fines del mismo mes, la televisión mostraba al Mauco en llamas. Un incendio que comenzó presuntamente en el lado del cerro que pertenece a la comuna de Quintero (vale decir sus laderas norponiente) consumía vorazmente tebos, boldos, espinos y litres. La CONAF no disponía de recursos pues el incendio estaba “fuera de temporada” y Bomberos de las comunas involucradas se disputaban la incompetencia en la emergencia, por lo que ésta duró varios días y terminó de todos modos con la participación conjunta de ambas instituciones más el apoyo del ejército. Atento a las imágenes aéreas del Mauco en llamas que mostraba la televisión y a los esfuerzos poco decididos por apagarlo, el cerro se me apareció como una vastedad, la que consideraba mucho menos su altura en relación a su extensión. Se revelaba también el valor específico que tenía para quienes ostentan la propiedad de la tierra: el reporte de la CONAF señaló posteriormente la quema de pastizales, arbustos y flora nativa. Cabe pensar que la demora en la reacción tuvo que ver con que no se vieron amenazados en un principio las plantaciones de bosque de explotación forestal, ya que todas las especies citadas, para los intereses económicos forestales, no revisten mayor importancia, pues la flora nativa aludida no es explotada comercialmente. El Cerro Mauco es actualmente una propiedad en manos de inmobiliarias y un par de terratenientes. Pero para quienes no lo poseen y lo habitan de algún modo, ¿tiene alguna otra importancia? ¿Qué importancia tendría, por ejemplo, para aquel hombre que nos reveló el camino?

Finalmente vino, a fines de enero, la noticia sorpresiva que la expedición de Suelo Americano, la segunda que se realizaba (la primera estuvo compuesta por el grupo que el primer semestre de 2002 trabajó el pueblo de Colmo), no pudo llegar a la cumbre, primero por la recomendación de un hombre a caballo de desistir de continuar el camino so riesgo de recibir unos balazos sin previo aviso de la carabina del mismísimo señor Foster, dueño de aquellas tierras; más tarde, por la imposibilidad de encontrar una ruta segura (a resguardo) y que contara con agua para terminar con éxito el viaje. De este modo la expedición replanteó el objetivo de su pequeño viaje y termino en la Quebrada de Malacara, constatando de todos modos la pertenencia del Mauco a un sistema vial de época incásica. A partir de ese momento el Cerro Mauco comenzó a convertirse en un imposible, en un ente que se negaba, que se ocultaba, que confundía, que proponía por tanto una actitud especial para poder abordarlo. ¿Qué actitud posible era ésta?

Una noticia macabra que a la vez era un alivio, en el sentido que no tocó a ninguno de nosotros, vino a sumarse a las consideraciones y a las impresiones con que estábamos relacionándonos con el Mauco. Publicada el 18 de marzo en el Observador de Quillota hablaba del hallazgo de un cadáver carbonizado de sexo masculino encontrado por unos excursionistas viñamarinos, treinta metros antes de llegar a la cima anterior del Mauco (supongo que se refiere a la cima que está a 498 msnm. en el contrafuerte sur) y que se suponía fallecido en el incendio de noviembre pasado. Esto por supuesto daba cuenta de la ferocidad del incendio y hablaba de un momento adecuado para abordar el cerro por parte de nuestras expediciones, en términos de la humedad o extrema sequedad de la flora. De hecho la expedición de enero se libró de encontrarse con este hallazgo.

Una tercera expedición se realizó en abril de ese mismo año y estuvo compuesta por cuatro integrantes del grupo que trabajaba el tema del Pukara del Mauco. Ésta tampoco pudo llegar a la cumbre al verse rodeados de tebales alrededor de la cota 300 en el sector sur suroriente del contrafuerte sur. Con poco equipo, decidieron volver y acampar en el primer morro, al frente del club de aeromodelismo de Quintero. Del análisis de este viaje y la posterior discusión en clases, además de los elementos ya citados que dicen relación con la bravura del cerro y una cierta cualidad de engañar a quien lo aborda, pudieron extraerse dos ideas interesantes. Una tenía relación con la cualidad sonora del cerro por sobre la cualidad visual lo que agregaba otro elemento al cuestionamiento de si se trataba efectivamente de un Pukara lo que habrían construido los inkas, entendido éste como la infraestructura instalada en una cima por la administración del mitimae, destinada a defender militarmente un territorio determinado. La otra tenía relación con la actitud con la que debía abordarse el ascenso. Para mí quedó claro de allí en adelante que la entidad Mauco era muy esquiva, que no permitía de buenas a primeras una aproximación al modo como lo hace un escalador deportivo que “conquista” una cumbre, que la relación que propone un cerro con el hombre o la mujer tiene otras implicaciones que tienen más que ver con el sentirse ser humano, diminuto y, por sobre todo, perteneciendo a un sistema mayor, en comunicación con entidades superiores.

1. Keller, 1974; Stehberg, 1995.
2. Vicuña Mackenna, 1885.


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I. INTRODUCCION
II. LOS ACERCAMIENTOS
III. EL ASCENSO
IV. LA VIGENCIA DEL TOPONIMO
V. ¿UNA "FORTALEZA" INCARIAL?
VI. QUÉ HACER CON LA RUINA

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