viernes, 6 de abril de 2007

EL TAMBO-HUACA DEL CERRO MAUCO

Hacia una interpretación de la ocupación inka en Chile central desde la perspectiva de Suelo Americano.

PARTE I
Crónica Interrumpida a modo de Introducción Incompleta

La ascensión al cerro Mauco (ubicado en la desembocadura del río Aconcagua en la región de Valparaíso) y su “fortaleza incarial” descrita en la presente crónica fue el cuarto intento de expedición de Suelo Americano y la primera que lograba subirse a la cumbre. La épica se había instalado en el ánimo del viaje desde que, en el mes de enero de ese mismo año, una segunda expedición fuera negada de llegar por la amenaza fantasmal del señor Foster y su carabina. Por otra parte un muerto nos precedía y, como sabríamos más tarde, otro muerto nos recibiría a nuestro regreso.

El viernes 23 de mayo de 2003 se resolvieron todos los pormenores para iniciar el viaje al cerro Mauco, el que quedó fijado para el sábado 24. Por diversos motivos el grupo constituido en el curso no participaría de esta expedición, la que sería realizada en cambio por Apolo Coba, Julio Cayuqueo y Marcelo Velázquez, además de quien suscribe la presente crónica. El viaje fue planificado para temprano en la mañana en un bus Golondrina hacia Quillota, desde donde iniciaríamos el capítulo del viaje que nos llevaría a Colmo, punto de partida del tramo más importante. Curiosamente yo tenía el pasaje de ida en mi bolsillo guardado por acaso desde el Elogio del Mitimae efectuado en Quillota poco tiempo atrás, y estaba guardado junto con un trozo de cartulina blanca con dos bordes cortados a mano, del tamaño de dos boletos de micro, que decía en letra imprenta y escrito con lápiz de pasta azul: AZULENCO. Es curioso cómo un papel así se convierte también en boleto de viaje. De sólo encontrar aquella cartulina me viajé en la memoria de a pié entre Manzanares y las araucarias de don Benjamín Vicuña Mackenna en Colmo, y ahora recuerdo los pasajes de buses Golondrina con el mismo color azulenco que tenía una vez un caballo de la orilla norte del Aconcagua.

Pero volvamos a este otro viaje. Apenas encaramados en el bus se reveló el espíritu de la expedición, el que era de un buen humor balsámico que de a poco se iba transformando en herramienta fundamental del derrotero. Sentados en la mitad del bus al lado derecho, en donde si vamos por la 5 norte podemos ver fácilmente los cerros del oriente y las sucesivas apariciones y desapariciones del Aconcagua, y si vamos por la Calle Larga hacia Con Con vemos los cerros del Chilecauquén detrás de enormes paltos, verde producto del cruce de caminos de hace mil años en el Bajo Aconcagua, nos disponemos a lo que nos espera entre conversaciones serias y risotadas absurdas.

Quillota nos la proponemos como una estación en donde aperarnos de las últimas “previsiones” necesarias para la ascensión, pero el destino que teníamos trazado dispuso que no tendríamos ni El Observador de Quillota, ni paltas, ni más longanizas: que el viaje se haría con lo que cada uno ya andaba trayendo. Así llegamos a Colmo como de improviso porque como si todo fuese parte de una maquinaria invisible que nos pone las condiciones allí adelante, la micro hacia nuestro tambo de orilla de río nos esperaba a punto de partir al frente de la Estación Vieja de Quillota para trasladarnos alegres, ansiosos y progresivamente alertas.

Ya en Colmo, aquel pueblo que apenas sabe que tiene río, establecimos nuestro tambo y compramos azúcar, sal, y pan, pues casi no era posible conseguir otra cosa ni por un precio poco razonable ni nada. Allí hicimos el último acomodo al equipaje antes de iniciar el ascenso mientras, providencialmente, un hombre se nos acercaba a preguntarnos algo que para él tal vez resultaba obvio en ese lugar y para nosotros resultaba lógico por nuestra indumentaria: Sí, íbamos a acampar al Mauco, con intenciones de llegar a la cumbre. “¿Tendrá usted alguna noticia de cuál será el camino más indicado?” Y este hombre, haciendo gala de una simpleza y buena voluntad sorprendentes, nos indicaba atajo, ruta y tiempo que tomaríamos en llegar hasta la cumbre. ¿Será que el Mauco es un destino natural para la gente de Colmo? Contentamente agradecidos de cualquier manera cruzamos la línea del tren, que para el pueblo es como una puerta horizontal y plana, de acceso o de salida “según se va o se viene”. El hombre se quedó del lado del pueblo. Y así mismo de contentos y agradecidos nos despidió el tren que venía de Ventanas y enfilaba hacia San Pedro cruzando la única calle de Colmo, cerrándole el paso durante el asombroso tiempo de un kilómetro completo, con ruedas y todo, lo que no es poco pues ese kilómetro contenía incluso a un solitario maquinista que nos despedía asomado por una ventana de la locomotora a petróleo, advertido sin duda de la importancia de nuestra expedición por quién sabe qué artilugios de aquel paraje.

Efectivamente nuestra expedición comenzaba con maravillosos augurios. El atajo indicado nos ahorraba un cuarto de hora de camino y el humor iba en alza. Al llegar al cruce del camino a Quintero con el canal Mauco llamamos a comparecer a la reverencia, y se nos hizo necesario hacer una primera ofrenda para preparar el espíritu y contar con un buen viaje. A partir de ese momento comenzó en realidad nuestro viaje, porque desde que a la Pachamama o a la Mapu la creímos vigente en tanto era un suelo con un espesor cultural que se nos iba revelando, y fuimos nosotros mismos despojándonos de unas cosas que cargábamos hacía ya mucho tiempo y camino, es que nos encontramos con una condición humana que la urbanidad no permite sacar a flote, pero que aquí, al pie del Maung Co hacíamos dialogar de modo natural a medida que ascendíamos. Aquel diálogo no siempre era fácil, pero creo que siempre fue alegre.

1 comentarios:

Anonymous Anónimo ha dicho...

Excelente trabajo. Solamente se echa de ver unas cuantas fotos y algun mapa o plano para ilustrar mejor lo que el texto dice. De todos modos, excelente, sin duda alguna.

25 de mayo de 2009, 9:40  

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